Marma y yo. Reflexiones sobre espiritualidad. Lealtad

Lealtad y confianza en la manada…

con este título publiqué mi última foto en Instagram. Es algo cómico pero encuentro cierta similitud entre la relación que estoy creando con mi perrita de 4 meses, Marma, y mi vínculo con mi Fuerza Espiritual o Dios.

No soy educador canino, pero por mi experiencia con los perros, sé que las relaciones que podemos establecer con ellos son muy diversas, siendo estas tan personales como lo son los cuidadores y sus canes. Y que estos vínculos a su vez, afectan al carácter de ambos, especialmente del animal. Estos binomios pueden desarrollarse desde las situaciones en las que vemos un perro tirando de su dueño como si fuese un trineo, pasando por perros matones de esquina con belfos nerviosos, hasta llegar a los Milú o Idefix, que van obedientes al lado de los cuidadores, tranquilos y sin dar un ruido. A mí me gusta más la última opción, por eso trato de enseñar a mi perrita comandos básicos como «ven» o «conmigo»  premiándo su acierto con pequeñas golosinas perrunas. No porque tenga madera de domador o me encante ser dominante, sino porque quiero lo mejor para mi perra y esto pasa por crear una confianza mutua. Gracias a esta relación puedo ir dándola más autonomía, cuando paseamos juntos y de esta forma tener la posibilidad de soltarla sin peligro a que la pillen coches, ciclistas, etc…De esta forma creamos un vínculo. Ella empieza a confiar en mí y a obedecer mis comandos, y yo la voy dando más libertad de manera gradual.

Seguía escribiendo en el post que:

“En la manada, como la comunidad espiritual, Solo a través de la lealtad podemos construir una confianza sólida.”

La lealtad es una palabra pesada. No es «new age», no mola. La lealtad conlleva persistencia, entrega y castra el libre albedrío. ¿Por qué me pongo a la defensiva al oir esto? ¿Será cuándo me tocan la capacidad para hacer lo que me da la gana?  ¿Acaso no será que me dejo seducir por ese lobo disfrazado con piel de verdadera libertad? Lealtad conlleva volver al mismo sitio, a ese centro al que uno es fiel una y otra vez. Unas veces queriendo, otras si querer. Porque hablemos sin tapujos, ser leal no siempre concuerda con lo que deseamos, sobre todo con nuestros deseos más caprichosos o instintivos. Lealtad significa un norte. Una dirección firme.

Yo no llamo a mi perrita por antojo, la mayor parte de las veces lo hago porque hay algún peligro o porque existe alguna “fuerza mayor”, como simplemente que tenemos que irnos. Sin embargo, ella eso no lo sabe. No es consciente que si no acude es probable que la puedan atropellar. Los psicólogos conductistas dirán que está condicionada por un estímulo que es la comida, pero, aunque así fuese, ella acude porque confía en mí, siendo yo parte de ese estímulo. Ella sabe, porque así se lo he demostrado repetidas veces, que eso es bueno para ella, es algo bondadoso, ya que obtiene premios, cariño, etc…Es obediente a su cuidador. Otra palabra que provoca alergia en esta sociedad postdigital en la que montado a lomos de google sentimos que el mundo está a nuestros pies.

La obediencia huele a yugo, suena a cadenas. La obediencia duele en nuestra naturaleza más íntima, la infantil y caprichosa. Hoy en día, especialmente en los círculos de crecimiento personal, donde las cosas tienen que fluir con facilidad, esto es muy incómodo de aceptar.

“Sino es fácil…entonces no es para mí”. Escuchaba el otro día a una yogui.

Pedro Arce